lunes, 4 de mayo de 2009

HONDA CBF 150 - VIAJE A LA COSTA 2000 KM - PARTE 4

EL REGRESO

El lunes siguiente ya tenía que estar en Bogotá para una reunión de trabajo que sería a las dos de la tarde. Esa semana, el miércoles, se había dado inicio al paro de transportadores, así que pensé que lo mejor era salir con tiempo suficiente para llegar a Bogotá sin apuros, no fueran a bloquear las vías y me tomara más tiempo llegar a la cita de trabajo. Decidí, pues, que saldría el viernes madrugado. Si todo iba bien, llegaría el sábado a Bogotá y tendría un día (el domingo) para reponerme del viaje antes de comenzar con la semana laboral.

Puse el despertador a las 5 de la mañana del viernes y lo primero que hice fue tomar una foto desde el balcón del apartamento de ese amanecer sobre El Rodadero.



Luego hice los ejercicios recomendados para antes de treparse a la moto. Desayuné frugalmente con cereal y algo de frutas. Empaqué las últimas cosas en las alforjas. Puse agua en el camel bag, y esta vez decidí que no lo llevaría colgado a la espalda (como en el viaje de ida) sino que lo pondría dentro del tank bag (que además tiene una salida especial para la manguera) pues no quería que me hiciera peso ni que aumentara el calor en mi espalda.

Antes de salir del apartamento con todos los “aperos”, tomé la última foto desde el balcón a la hermosa bahía de El Rodadero, que se veía así:



Bajé al parqueadero. Monté las alforjas en la moto. El tank bag. Me puse el “corrector de postura” que había comprado días antes en Santa Marta para ayudarme a mantener la postura ideal durante el viaje y mitigar en algo el posible dolor de espalda que me había acosado durante el largo trayecto de ida. Me puse la chaqueta (con sus ventilaciones abiertas), los guantes de motrocross (menos abrigados que los de cuero) y adiós pues.

Fui al cajero para sacar dinero para el viaje. Llené el tanque de gasolina y me hice a la carretera, alrededor de las 6 de la mañana.

Pasé por Mamatoco, todavía bordeando la costa caribeña. Luego llegué a la Ye de Ciénaga y me despedí del olor y la brisa marina, pues a partir de ese punto ya se va hacia el interior del país. Luego vinieron Fundación (“fundición”, ya lo dije) y Si Dios Quiere (así se llama este pequeño caserío)

Increíblemente, con todo y que había paro nacional de transportadores, el tráfico en carretera esta vez estuvo más congestionado que en el viaje de ida. Largas filas de tractomulas y camiones hacían difícil los adelantamientos y mantener un buen promedio de velocidad.

Así, pues, al cabo de casi 3 horas de viaje y de 189 km, dejando atrás el Departamento del Magdalena y entrando al Departamento del Cesar, llegué a Bosconia, donde había decidido hacer mi primera parada “técnica”.



Busqué un restaurante más o menos decente y bajé a desayunar. Un "RESTAURANT CHUCUREÑO”, decía el letrero, con “sazón 100% santandereano”. Caldito con papa, carne asada con yuca, un tinto oscuro, y la foto de rigor.



Y de nuevo a la carretera.

El sol ascendía en el cielo. El calor crecía. La temperatura era ideal para exigir la moto a fondo, que se “refrescaba” con el aire que le entraba al motor a toda velocidad. Además, esas interminables rectas permiten abrir a full el gas (aunque, por momentos, el tráfico pesado lo impedía)

Sin embargo, también el aire juega en contra, pues la poca protección aerodinámica que ofrece la moto hace que el viento choque sin compasión en la pobre humanidad del motociclista.

Además, discurriendo por esas llanuras del Cesar, donde todo es sabana y carretera, sin montañas, sin nada que refrene el viento, éste viene desde todos los lados. La mejor manera de explicar la forma en que esto ocurre, es el nombre del primer pueblo por el que se pasa después de pasar por Bosconia: Cuatro Vientos.

No se trata sólo de que en este punto se abran cuatro vías para cuatro destinos diferentes, es que en este punto (y creo que en casi todo el camino hasta San Alberto) el viento llega desde cuatro direcciones a la vez: norte, sur, oriente y occidente. Todos confluyendo, chocando contra uno.

Ya había leído en foros y oído comentar a moteros sobre el tema del “viento cruzado”, que incluso puede llegar a desestabilizar la moto y en algunos casos mandarlo al suelo. Esto sin contar con las ráfagas de viento que arrastran las grandes tractomulas cuando pasan en sentido opuesto. Esto obliga a que haya que sostener la moto, a equilibrarse haciendo fuerza en los posa píes o a tomar una posición aerodinámica para evitar los embates del viento. Y claro, todo esto pasa factura, generando cansancio prematuro.




Por fortuna no tenía afán y puesto que había decidido que en este camino de regreso me detendría a pasar la noche en Bucaramanga, pues tenía el tiempo para detenerme a descansar y a hacer los ejercicios recomendados para los largos trayectos en la moto.





Así pasé por San Roque, Curumaní, Las Vegas, (el pueblito, no la ciudad de los casinos) y antes de llegar a Pailitas, en algún punto del camino, me detuve a descansar bajo la sombra de un árbol. Ejercicios de estiramiento, un pielrojita sin filtro y la foto, sí señor.



Luego vinieron, ahí sí, Pailitas, después El Burro, Pelaya, La Mata y finalmente Aguachica, donde había decidido detenerme a almorzar en el restaurante en el que había almorzado en el viaje de ida, pues probado estaba que era bueno. Llegué a las 11:55, así que antes de almorzar me baje dos limonadas bien frías, descansé un poco y luego sí ordené cazuela de mariscos.

Vi las noticias del medio día (ya empezaban a hablar de la “gripe porcina”, hice algunas llamadas telefónicas y como me había llevado una guía hotelera de Bucaramanga, también hice algunas llamadas para averiguar tarifas y reservar para esa noche. Al final, tintico oscuro y otro “peche” antes de reemprender el camino.

Mientras me alistaba para salir y llenaba el camel bag, conversé brevemente con una pareja de esposos que también andaban de viaje en su moto, creo una GS 125 aunque no estoy seguro. Ellos venían de Cúcuta, por la vía de Ocaña, viajecito de un día, pero tenían ganas de hacerse alguna vez un viaje más largo, por lo que les llamó bastante la atención el “juego de maletas” de mi moto y sobre las cuales me hicieron preguntas. Nos despedimos, cual cofrades de una secreta religión, deseándonos la mejor suerte en nuestros respectivos caminos.

Pasada la 1 de la tarde, volví a las interminables rectas del Cesar, a las fuertes ráfagas de viento golpeando contra mi pecho. Y la verdad es que esta vez, con poco menos de 400 km, a diferencia de los 600 u 800 de mi maratón de ida, ya me sentía bastante agotado, el cuerpo me dolía, y hasta llegué a pensar que quizás lo mejor sería pasar la noche en San Alberto.

Igual, decidí hacer camino y más adelante ya vería. Pasé por Agua Clara, Morrison, San Martín, Líbano, y cuando faltaba poco para llegar a San Alberto, ¡zas!, la moto perdió fuerza, desaceleró y se apagó de golpe. ¡Mierda, se me acabó la gasolina! Ah, pero la moto tiene reserva. Gire la perilla, y con la reserva llegué a una estación de Terpel, que está justo antes de la desviación donde se abren las vías que llevan a Bogotá por la Dorada o por Bucaramanga, donde me detuve a tomar la foto de camino.





Siguiendo adelante llegué a San Alberto. Me detuve a mirar el mapa, y como me faltaban apenas unos 100 km para llegar a Bucaramanga, decidí dejar el cansancio a un lado y cumplir con la meta que me había impuesto.

Sin embargo, después de San Alberto y de camino a Mal Paso y El Playón, la carretera deja atrás las llanuras y rectas del Magdalena y del Cesar y comienza su ascenso hacia la Cordillera Oriental.



Increíblemente, todo el cansancio desapareció de golpe. Primero, porque ya no había ráfagas de viento que me golpearan, pero sobre todo porque con el ascenso a la cordillera atrás quedaba la monotonía de las rectas y empezaba la diversión de las reviradas curvas de montaña.

Acelerar, frenar (freno motor en la mayoría de los casos), cruzar a izquierda, luego a derecha, una curva tras otra, en segunda, en tercera, en cuarta, un ascenso, un descenso, una pequeña recta, otra curva, tumbar, mirar la salida de la curva, acelerar, salir, tumbar de nuevo, y el paisaje: árboles, montañas, quebradas, ríos, y el clima más fresco.

Tanto me divertí en este tramo, que no sólo se me olvidó el cansancio sino el destino, así que cuando apareció Bucaramanga sentí pesar de que el camino no se prolongara un rato más. Pero en fin, serían poco más de las cuatro de la tarde, cuando llegué a mi meta de ese día.

Había visto un mapa de Bucaramanga, así que traté de seguir la ruta que me había hecho mentalmente, por la circunvalar buscando un retorno que me devolviera a la calle 36. Igual, para no perderme, cuando alcancé una patrulla de la policía, me les hice al lado y les pregunté por la ruta hacia el centro.

Ellos me dieron las indicaciones para llegar al retorno de la Terpel y subir por la calle 45, y como me había venido ocurriendo durante todo el viaje, los policías tuvieron curiosidad por mi aventura, me preguntaron por la moto, las maletas, la ruta que había hecho, los kilómetros acumulados, y tras responderles y despedirme, uno de ellos me dijo “Bienvenido a Santander”, en su inconfundible acento santandereano, “mano”.

Seguí la ruta indicada para llegar al centro, y ya allí busque la dirección del hotel donde había reservado, el Hotel Ruitoque. El portero, muy amable, me abrió el parqueadero. Dejé la moto. Subí a registrarme. Luego bajé a ponerle grasa a la cadena de mi moto (ese día había hecho cerca de 563 km desde Santa Marta) Desmonté alforjas. Subí a la habitación. Me duché. Me recosté un rato en la cama. Me cambié y salí a dar una vuelta por la plaza principal de Bucaramanga.



Mientras oscurecía, comí algo en una terraza en el marco de la plaza, al lado de una sede de la UIS. Allí estuve casi una hora, descansando y mirando el movimiento de ese viernes en el centro de esa ciudad capital. Luego salí a tomar un par de fotos de “La Sagrada Familia”, nombre de la catedral de Bucaramanga.



Regresé al hotel. Conecté el portátil. Leí y escribí algunos mails. Y me puse a ver televisión, sobre todo fútbol. Finalmente, entre las nueve y las diez de la noche di fin a esa larga jornada, cayendo rendido en brazos de Morfeo, con el despertador listo a sonar a las 5 de la mañana.

viernes, 1 de mayo de 2009

HONDA CBF 150 - VIAJE A LA COSTA 2000 KM - PARTE 3

FOTOS DE SANTA MARTA

Esta es una de las primeras imágenes que me encontré al llegar a Santa Marta. Y uno viajando en moto, creyendo que viaja en el aire.





El primer paseito que me hice en la moto fue a Taganga. He aquí una vista desde el mirador del pueblo.




Y de la CBF asomada a la bahía.




Taganga es un pueblito de pescadores. Aquí se alquilan lanchas que lo llevan a uno a la varias playas que tiene esta pequeña y bella bahía.




Esta embarcación ya goza del feliz retiro. O como quien dice, ya está jubilada.




La CBF a la sombra, huyendo del sol del medio día.




Vista del mar y embarcaciones pesqueras a través de una enramada.




De vuelta a Santa Marta, me detengo un momento para que la CBF se despida de Taganga. Cómo combinan sus líneas azules con el azul del cielo y del mar.




Días más tarde me pegué otro paseito al Parque Tayrona, que forma parte del ecosistema de la Sierra Nevada de Santa Marta, único en el mundo.




El Cabo San Juan. Playa paradisiaca a los pies de la Sierra.




Estas grandes piedras parecieran reírse de algo, tal vez de los turistas.




A la sombra de una enramada en el Cabo San Juan.




”Otra noche en Carta…” Ah, no, fue en Santa Marta. Ésta, su catedral.




Aquí una foto de la moto en el puerto. La dama mira la moto y dice: “me llevas”




A la que me llevé a la playa fue a la moto, a que se bronceara la pobre pues estaba muy blanca. Pero no cogió color la bendita.




Hablando de color, ¿qué tal este hermoso atardecer rojo rojo?



Mi último atardecer en Santa Marta, antes de emprender el camino de regreso (snif)