domingo, 26 de abril de 2009

HONDA CBF 150 - VIAJE A LA COSTA 2000 KM -PARTE 1

CRÓNICA DE UN VIAJE ANUNCIADO

LOS ANTECEDENTES
Hace poco más de un año cumplí un sueño que había postergado toda la vida: comprar una moto.

Claro, el sueño no era “comprarla”, sino tenerla, disfrutarla, montar en ella, sentir esa libertad de la que hablaban todos los moteros que conocía, la sensación de “viajar en el viento”, como un pájaro, tener alas.

Rápidamente entendí a qué se referían, y muy pronto ese sueño no sólo se convirtió en realidad sino que pasó a ser toda una pasión.

Mi primera moto fue una scooter de 125 cc con la cual hice “el curso”, o como quien dice: primero mi primaria.

Al principio, la moto no era más que un medio de transporte eficaz para sortear los inconvenientes de movilidad de una ciudad populosa y mal planificada como Bogotá.

Pero la pasión iba creciendo. Ya no era sólo un medio de transporte, sino que empezó a ser la excusa para aventurarse más allá de las calles urbanas. Empecé a salir a “rodar” por los alrededores de la ciudad. Hasta que tuve el deseo de aventurarme más lejos, emprender una verdadera travesía en moto, hacer un viaje de verdad verdad.

Pero la scooter, aunque una excelente máquina, no es propiamente una moto para carreteras, y mucho menos para la increíble geografía de nuestro país. Sus prestaciones podrían ser muy buenas para la ciudad y alrededores, pero lanzarse a las carreteras del país no parecía ser una buena idea.

Así que un buen día la vendí y hace poco más de un mes hice mi primer “upgrade”. Compré una moto de verdad, es decir, dejé la scooter automática y pasé a una moto de cambios y de mejores prestaciones. Compré la Honda CBF o más conocida como la Unicorn, me hubiera gustado comprar una moto más grande, pero así como había hecho la “primaria” con la scooter, decidí hacer el “bachillerato” con una de 150 cc antes de entrar a la “universidad” con una de media o alta cilindrada.

Y tras el primer mes con la CBF, adaptándome al manejo de una moto de cambios, y tras superar los primeros 1000 km de rodaje, decidí que al fin había llegado la hora de hacer el tan anhelado viaje y qué mejor que aprovechar la excusa de la Semana Santa para hacerme el viajecito a la costa. Serían cerca de 2000 km de carretera, una aventura soñada.


EL VIAJE – PREPARATIVOS.

Desde que empecé en esto de las dos ruedas me hice fan de los “foros” moteros, en los que gente con experiencia comparte sus conocimientos con otros que, como yo, apenas estamos empezando.

Entre las muchas cosas que aprendí en esos foros, el tema de los viajes fue siempre uno de mis temas recurrentes. Así me fui preparando durante un año para la aventura a la que iba a lanzarme.

Poco a poco me fui haciendo al “kit” de viaje. Primero la moto, claro, de aceptables prestaciones para carretera. Luego la indumentaria adecuada: un buen casco, guantes de cuero, una chaqueta con protecciones, pantalón con protecciones también y unas buenas botas.

Para la moto: además de tenerla a punto, unas alforjas, para empacar lo necesario, para lo cual fueron muy útiles los consejos y listas sugeridas de moteros curtidos en viajes. También compré un tank bag, cuya utilidad va más allá de tener un portamapas visible.



Sobre ese mapa, tracé la ruta que seguiría.

El día previo, llevé la moto a mi mecánico de confianza para que la dejará lista para el viaje: revisión de frenos y líquido de frenos, cambio de aceite, engrasada y tensión de cadena, presión de las llantas, etc.

En la noche, alisté las alforjas, y además de la ropa y objetos personales, empaqué aceite para engrasar la cadena cada 500 km, un despinchador automático, una bujía de repuesto, una guaya para freno delantero, una guaya del acelerador y una llave adicional de la moto, por si las moscas. Un limpiador de visera del casco y un antiempañante. Bajo el sillín de la moto, el juego de herramientas. A todo esto le sumé un camel bag para mantenerme hidratado en el camino y, por supuesto, la cámara de fotos.

Ah, una cosa más. Me colgué al cuello una placa con mi nombre completo, mi tipo de sangre y un teléfono de contacto en caso de accidente.



Finalmente, estaba listo para el viaje.


LA CARRETERA

Aunque hubiera querido madrugar y salir a echar carretera desde temprano, ese martes de Semana Santa tenía todavía un compromiso de trabajo impostergable, del cual me liberé cerca del medio día.

Aunque lo más sensato es que hubiera esperado hasta el miércoles para salir al despuntar el día, tantas eran las ganas -y todo estaba listo- que decidí salir pasado el medio día, con la intensión de ver hasta donde podía llegar antes de que cayera la noche y, de paso, probarme en mis primeros kilómetros de carretera, para ver ya al otro día cuantos podría llegar a hacer.

Fui a casa, me puse mi indumentaria de motero, monté alforjas y tank bag en la moto, y con el cuentakilómetros en cero, salí a cumplir mi sueño motero de hacer un viaje “de verdad verdad” casi a las dos de la tarde.



Atravesé la ciudad de oriente a occidente y tomé la carrera 80 para salir de Bogotá por la Autopista Medellín. Ya en carretera, fuera de la ciudad, el camino va en ascenso hacia el Alto del Vino, donde hice mi primera parada para degustar las delicias del lugar: almojábana y un masato de arroz.



El Alto del Vino marca el punto en el que comienza el descenso hacia las tierras más cálidas de la Provincia de Gualivá, por una carretera montañosa que serpentea, brindando el placer de esas curvas reviradas que se disfrutan tanto en moto.

La Vega, a 56 km de Bogotá, es ya un pueblo de “tierra templada”, por donde hay que pasar para ir hacia Villeta, 21 km más abajo. En este tramo, hay que tener cuidado, pues es una zona de derrumbes. Afortunadamente en mi camino no me topé con ninguno, aunque eso sí me tocó uno de esos chubascos que hacen de esta una de las zonas con mayor porcentaje de lluvias y humedad de la región. Por suerte, mi indumentaria es casi 100% impermeable (digo casi, pues todos saben que el agua “se abre camino”)

Pasando por Villeta y de camino a Guaduas hay que trepar al Alto del Trigo. La carretera –tanto en el ascenso como en el descenso- se encuentra en pésima condiciones, pues esta zona de la cordillera, además de los derrumbes, es propensa a los “hundimientos”.

Guaduas es famosa por ser la Villa de paso obligado de los nobles españoles de camino hacia Santa Fe en épocas de la colonia y por ser la cuna de Policarpa Salavarrieta. Allí me detuve para almorzar en un pequeño y típico restaurante en el marco de la plaza principal, adornada ese día para la procesión que aquella noche daba comienzo a la celebración oficial de la Semana Santa.



Luego de “cargar baterías” y de aprovisionarme de agua para el camel bag, volví a la carretera, igual en pésima condiciones, subiendo al Alto de la Mona para descender, finalmente, hacia uno de los puertos fluviales más importantes del país sobre las márgenes del imponente Río Magdalena: Honda, conocida como “la ciudad de los puentes”.

Como dato anecdótico, vale la pena contar que durante el descenso, en una de esas escasas rectas que se pueden encontrar en caminos de montaña, le di todo el gas que podía a la moto -una 150 cc-, alcanzado sin problemas los 120 km/h. Lo anecdótico no fue la velocidad alcanzada, sino que un par de Policías de Carretera me detuvieron por exceso de velocidad teniendo como prueba la foto que me habían tomado con el radar de carreteras.

Pero al detenerme, mientras me quitaba casco, guantes y sacaba mis “documentos y los de la moto”, los policías repararon en el equipaje de viaje y en mi indumentaria y eso, por alguna razón, les llamó tanto la atención que empezaron a preguntarme por mi viaje y otras cosas al respecto, olvidándose de los documentos y de la multa.

Al final, me despidieron deseándome suerte en mi aventura hacia la costa, advirtiéndome, eso sí, que tuviera cuidado con los excesos de velocidad: “sí señor agente, tiene usted toda la razón, y muchas gracias”. Luego de echar a andar, me arrepentí de no haberles pedido una copia de la foto que me tomaron; lástima pues la moto había quedado “inmortalizada” en plena acción y a 120 km/h. Pero bueno.

Poco después llegué a Honda. Allí sólo me detuve para hacer la foto de rigor y estirar un poco las piernas, antes de seguir mi ruta hacia La Dorada.



De Honda a la Dorada, ya se han dejado atrás las montañas y se discurre en plano sobre una vía con apenas curvas.

Al llegar a La Dorada, una de las ciudades más calientes del país, he recorrido poco menos de 200 kilómetros, realmente nada, al menos frente a los casi 1000 del recorrido inicial, algo así como la quinta parte.



Pero aquí enfrento el dilema de parar o seguir adelante. Eran casi las seis de la tarde, en poco iba a oscurecer, y no tenía pensado hacer carretera de noche. Además, seguir adelante significaba parar por allá en Puerto Libre o Puerto Boyacá y no estaba seguro de querer pasar allí la noche, así que me decidí a quedarme en La Dorada y arrancar al otro día madrugado.

Entré a La Dorada, me dejé llevar por mi intuición y fui a dar cerca del Terminal de Transporte. Me acerqué a dos agentes de policía (mi experiencia reciente me decía que tendría suerte con ellos) para solicitarles me indicaran en donde poder pasar la noche, bueno, bonito y barato.

Y no me equivoqué al hacer esta pesquisa, pues al igual que sus dos compañeros de carretera, estos también se interesaron mucho en la experiencia del viaje, y además de preguntar por alforjas, tank bag y otras cosas acerca de la moto, ellos mismo me escoltaron en su GS500 blanca con verde, a un respetable hotel y me recomendaron con el administrador.

Qué gesto señores, y uno hablando mal de los “tombos”. En menos de 200 km había tenido una doble experiencia con estos señores y ambas fueron de lo más simpáticas. A veces uno se olvida que estos señores son seres humanos y que tienen intereses y curiosidades como cualquier ciudadano de a pie, o de moto.

Así cumplí mi primera jornada en este viaje. No había recorrido muchos kilómetros, pero habían sido alegres y divertidos. Me registré en el hotel. Guardé la moto en el parqueadero. Baje alforjas. Me encerré en el cuarto. Me duché. Me cambién. Y salí a tomarme un par de cervezas. Luego fui a comer. Volví al hotel. Hice algunas llamadas de rigor. Me puse a ver televisión y muy temprano me dispuse a dormir, tras poner el despertador del celular a las 5 de la mañana.

3 comentarios:

Viejo Verde. Atlético Nacional. dijo...

Realmente fascinante esta parte de la historia.

Creo que te ha ido tan bien con los policías en los primeros 200 km que pronto veremos en el blog.

En la "universidad" con la GS 500 verde y blanca.

Saludos desde Medellín.

thanatos dijo...

Muy buana la cosa, y bastante inspiradora, yo compre una CBF 150 negra hace poco y tengo esa idea en la cabeza, vamos a ver como se dan las cosas, para arrancar de cordoba, pasar por el Cesar y llegar a Bogota.

Pero su historia va perfecta, bacano un paseito de esos, unos cuantos amigos.

Anónimo dijo...

De haber sabido me le hubiera pegado, la verdad en semana santa queria salir lejos en mi cbf pero no encontre con quien y me dio guevonada irme solo.