lunes, 25 de febrero de 2008

CINEMA DISCOTECA

Salió de la película, desanimado, aburrido. Le habían dicho que tenía que verla porque se parecía al protagonista. Era evidente que se trataba de un mal chiste. Bajó las escaleras eléctricas apagadas del centro comercial hasta los parqueaderos y se subió a su moto.. Se caló los audífonos y se lanzó a través de la rampa hacia la noche pensando en Lucía. Sin duda que era hermosa, de haber estado allí habría matado a Santos por la espalda. No le importaba. Entonces él habría salvado a Lucía de la muerte, le habría hecho el amor diciéndole lo joven y hermosa que era, las cosas bellas que podía esperar de la vida. Le devolvería con agrado el viento de la moto, pero quería llevarla hacia la costa para regalarle la felicidad del viento marino. Era todo, y hacerle el amor con amor, sin maltratarla. Era por eso que él no estaba en la película, porque entonces no sería acción sino drama, un enorme drama gringo, donde, además, ella quedaba embarazada, de Santos, por supuesto, y él tendría no que matarlo, sino convencerlo de que ahora debía cambiar de vida por ese hijo, no sería su enemigo sino su amigo, y amigo de ella para colmo de males, incluso estaba dispuesto a darle el apellido a su hijo si Santos se negaba, sólo por estar a su lado, y salvarla. Pensó en la Harley de la película, para tener una así debía llevar algunos kilos a California, compraría la moto con el dinero y se lanzaría hacia el sur cruzando la frontera, luego vendería la moto y compraría el pasaje de regreso, México – Bogotá por Avianca en clase R. Sin decirle nada a nadie de sus negocios ni de los motivos de su viaje, nada. ¡Cinco mil kilómetros de autopista!, sonaba fantástico. Sabía de qué color quería la moto y el diseño de la pintura que le mandaría hacer, sobre todo la placa con el lema donde le parecía propio poner su epitafio. No tenía uno, pero lo tendría.

La moto atravesó las intersecciones de las calles como si tuviera su propia memoria del camino, Chapinero, Séptima, Circunvalar, Parque Nacional, La Quinta... rodando sobre la noche del asfalto. Lucy in the Sky with Diamonds en versión de Wyclef Jean. El paseo era de luces y reflejos por la ciudad húmeda y fría. Lucía estaba en el cielo, pero ella no tenía diamantes, porque se los había robado Santos desde el principio de la película. Por eso se conocen Santos y Lucía. A él le han dicho que en esa casa vive un hombre rico, no duda en acechar esperando el momento oportuno para cometer el robo. Hace dos días no se ve a nadie. Santos entra, le parece más sencillo de lo que había pensado: no perros, no alarmas, no empleados. Revuelca toda la casa, al final encuentra las joyas en el cuarto grande, el de la señora, pero aún falta una puerta. Santos carga con el botín, donde se incluye una gran cantidad de diamantes, y se dirige al cuarto del fondo del pasillo. Adentro encuentra a Lucía con un arma en las manos, apuntándose. Lleva dos días encerrada jugando al suicidio, ha escrito la carta donde explica todo a sus padres. Santos lee la carta. Se ríe, se ríe y después se calla, abruptamente. Mira a Lucía, no es una niña, tiene veinte años. Es demasiado hermosa porque es una actriz y las actrices son demasiado hermosas. Santos le quita el arma y le apunta. Ella, que tiene el rostro desdibujado por dos días de hambre y de angustia, de pestañina chorreada con lágrimas, lo mira con ojos más hermosos que la noche, o eso es lo que dice el narrador, que es Santos recordando ese momento. Pero esos ojos son más hermosos que toda la película, por eso, nada más, valen la pena los cinco mil pesos invertidos en el tiquete, por esos ojos de Lucía que llenan toda la pantalla. Santos apunta a la cabeza de Lucía, aprieta lentamente el gatillo, parece que va a matarla, tiene que matarla, pero no lo hace porque esos ojos son su infierno, aprieta las joyas y entonces simplemente dice Bang. Se ríe, endemoniadamente se ríe, como un loco, pateando todas las cosas del cuarto, la silla, el tocador de la niña, rompe el espejo, tira al piso los muñecos, maldice, mil veces maldice, gritando. Así empieza la película. Después, Santos la coge por los hombros y la levanta, mirándola a los ojos muy cerca, Ahora ya estás muerta muchacha, eso le dice, nada más, y se la lleva con él. La nota suicida queda tirada en el cuarto destruido. Venden las joyas, porque ella conoce los contactos, con el dinero compran los pasajes de avión Nueva York - Chicago y allí compran la Harley, amarilla, con llamas de fuego pintadas.

El resto es materia de olvido. Salvo unas cuantas imágenes de Lucía sola, parada ante un espejo mirándose desnuda, hermosa, acariciando su cuerpo siempre perfecto, aún después de haber sido vendida por Santos, sucia y manchada, oliendo a semen de camionero, recordando con dolor y luchando contra el recuerdo de que alguna vez fue abusada. Pero esas imágenes no son claras, saltan, de repente, de entre las sombras reflejadas en el espejo como espectros moviéndose en la oscuridad de un cuarto de niña, y los gritos de Lucía y las palabras del hombre que la viola, sobre todo eso, las voces, los sonidos, porque lo demás es bruma de un sueño, oscuridad de un cuarto frío, como ese mismo cuarto de motel donde Lucía llora esperando a Santos, para abrazarlo, porque tiene frío, ella tiene frío. Y Santos entra en el cuarto llenándola de insultos, no la golpea pero le dice esas cosas de siempre mientras la acaricia, la estruja, la muerde, preguntándole si acaso le gustó la verga de su amigo que pagó quinientos dólares por ella. El resto ya no importa, Lucía se deja llevar, sin decir nada, o casi nada, porque ella no habla mucho, sólo recuerda, se mira en el espejo, se entrega, vuela en la moto, lleva un arma. Lo demás es lo mismo, sexo drogas y rocanrol, y la esperanza de que un día lo mate, a Santos, un día al fin, o que se pegue un tiro.

Lucía amaba sobre todo su Harley, porque era de ella, para ella, para su belleza de actriz de cine dándose aires de ángel sin alas, libre y triste, mezcla de James Dean y Marilyn Monroe con música de Santana. La moto siguió su curso musical, pasando de la electrizante guitarra latina a los ciento veinte decibeles sinfónicos de la voz de Mercury; de la ondulada y rítmica cadencia de La Quinta, al brillo como de oro y metales de los charcos de la larga y solitaria Avenida de Eldorado. Pensó que de haber estado allí, en ese motel, habría matado a Santos antes de que hiciera la llamada, por la espalda, de un tiro lo habría matado, porque él tenía que morir, no ella, no Lucía. Santos, que era la imagen de todos los horrores que la habían acosado toda la vida: el padre que abandona a su mujer y a su hija, el padrastro que viola a la niña, el profesor del colegio que no le cree y se excita, el amigo íntimo que le entrega el arma diciéndole cómo usarla. Él mismo, que la robó una noche sabiendo que se llevaba la mejor joya, que la vendió luego a los camioneros cuando faltó el dinero, que después, al final ya, la vendió por veinte de los grandes al maldito padrastro de ella. A todos los habría matado, al productor, al director, al maldito guionista, a todos, sobre todo a Santos, que era todos.

Sin embargo las cosas no suceden de ese modo, no en las películas. Santos oyó el estallido pero ya era tarde, siempre fue tarde. Corrió hasta el cuarto. El hombre tenía el arma entre las manos. Lucía estaba tirada en el piso. Santos se abalanzó sobre el asesino, lo desarmó ágilmente y retrocedió, apuntándole con odio. Sobre la cama estaba el maletín con los billetes, Veinte de los grandes, ese era el trato, dijo el joyero. Santos se quedó quieto, observando el cuerpo de Lucía que ya no era Lucía sino veinte mil dólares que eran suyos, No tenía que matarla, dijo, y apretó el gatillo como queriendo acabar con todo, con todos, pero el arma estaba descargada. El asesino de Lucía se quedó mirando a Santos con visible desprecio, pero ya no dijo nada, simplemente caminó hacia la puerta abierta y salió. Santos se quedó solo, con Lucía, el dinero, y el arma homicida que siempre tuvo una sola bala. Una bala llamada Lucía.

Entonces decidió que no valía la pena, que lo mejor era gastarse un poco de dinero, tenía ganas de beber y escuchar algo de música, de encontrar unos ojos, tal vez de profundo blues, que le hicieran olvidar. Se imaginó el lugar repleto de humo y gente bailando, envuelto en una atmósfera azul donde había música, mujeres y un puesto vacío en la barra que lo estaba esperando. La moto se dejó llevar sin oponerse. Era de verdad la mejor compañera que había tenido, aunque prefería pensar que era más que eso, casi una extensión de su cuerpo, semejante a él, un perro callejero que conoce de la ciudad todos sus caprichos. La Discoteca estaba envuelta en una atmósfera que conocía. Esa noche había concierto por lo que el lugar se veía congestionado. Buscó un lugar en la barra pero no encontró ninguno, cosa que lo desanimó por completo. Del fondo del salón le llegó la voz de la cantante y las cuerdas de un bajo eléctrico. De repente vio venir hacia él el brillo de los ojos que había deseado. Sintió miedo, pero fue sólo un instante. La mujer se detuvo enfrente de sus ojos, lo miró en silencio un rato, de arriba abajo, después se sonrió maliciosamente, bellamente, dulcemente, Nos conocemos ¿verdad? Eso fue lo que dijo y lo tomó de las manos y luego lo arrastró por entre la masa sudorosa hasta el rincón más oscuro donde ella tenía una mesa. Era Lucía, los ojos de Lucía que llenaban la pantalla.

domingo, 10 de febrero de 2008

LA SAGA DE ARGÓ

. . . 16436 días de lluvias ácidas cesaron; las lluvias siguientes lavaron una atmósfera contaminada, descendió la Nube de Polvo, la acción del agua fertilizó los campos sumidos en gran desolación.
9131 días se precisaron aún para que de la tierra limpia y húmeda
germinaran las primeras semillas; para que la Nueva Tierra fuera perforada por raíces . . .

NOTICIA DEL 16 DE NOVIEMBRE DE 2088
En las afueras de la Estación Santafé
Alguien dijo que la mano de Dios se está posando sobre los campos. A ese hombre o mujer no lo he vuelto a ver; no recuerdo su nombre. Hay un largo rocío que acaricia las hojas aun pequeñas y es la mañana de un día que no quiso llover. De algún lugar viene llegando un olor que adormece, dicen que son las Flores del Páramo. Los que no temen alzar los ojos pueden ver un cielo tan desnudo y tan azul que da miedo. En el viento flotan los Cantos de los Angeles, ¿será la voz de aquellos pájaros sobre las rocas? ¿Eso que se ve a los lejos son montañas?

NEMENIO, “EL QUE LLEVA LOS MENSAJES”
Nadie me sabe decir lunes o sábado, pero igual yo corro: las extremidades de mi cuerpo y mi capacidad de aliento me delatan. Heredé el oficio de mi padre y al principio corrí bajo las lluvias. Mi padre murió a causa del Mercurio, llagado el cuerpo, vacías las cuencas de los ojos. Mi suerte fue distinta, mis ojos pudieron ver un cielo nuevo y una tierra nueva. Las lluvias que he recibido encima han limpiado mi cuerpo como a la tierra. Pienso a veces cómo pudieron vivir los que me precedieron sin la alegría de correr desnudos por los campos. Los hombres de la Estación me lo han amputado, el sueño de mi padre. Pero aún en la ciudad se precisaba de alguien que saliera de los refugios a llevar mensajes.

ALARCÓN, “EL HOMBRE DE LAS PUERTAS”
Yo conozco a los hombres de Santafé y ellos me conocen a mi. Dicen: “Alarcón, el hombre de las puertas” y hay algo de temor en eso. Pero nadie sabe en realidad lo que son las puertas: sólo yo sé de las virtudes del silencio.

VANI, “EL QUE VE DE CERCA”
Tal parece que la verdad para los hombres son sus ojos. Los míos son tan sólo una visión espectral de las cosas, sólo veo su halo. Pero ese juego de espectros me han permitido reconocer el fuego. El mismo que me ha servido de refugio y de amparo entre las frías paredes de la biblioteca, esta isla húmeda de mi naufragio: la Biblioteca Nacional. Antes de quemar leí esos libros.
Sufrí sed deseando ver más, pero cada vez más cerca, y en compañía de amigos salimos de Santafé siguiendo el curso del viento y de la luz. Mis ojos, por supuesto, vieron otras cosas. Eso fue el día glorioso que vencimos la barrera que algunos llaman Infierno, pero cuyo nombre es Orígenes. Entonces supimos quiénes eran los hombres que descendieron de las Estaciones.
Del otro lado de la barrera la Corporación es la dueña del planeta; en la Ciudad de Adentro la raza sólo es Escoria. Némesis es el nombre que le he puesto a este mundo de sombras. Yo sólo veo el destello que dejan las hojas de los árboles cuando se mueven.

MAION, “EL QUE MIRA LEJOS”
No sé nada más de lo que ve mi ojo. Creo que estoy viejo porque mis manos lo delatan, sus líneas son la acción del tiempo. He vivido 26330 días y han sido suficientes. Mi ojo, joven aún, a través de la espesa lluvia que caía pudo mirar lejos. Cuando brilló el sol pude también saber lo que eran los colores y ese día fue el más feliz de todos los que he vivido.
He visto más que aquellos que tienen dos y tres ojos y he podido entender lo que significa Miseria. Pero mi ojo me ha llevado aún más lejos, hasta la Nueva Ciudad que se llama Estación. Allí habitan los hombres llamados de la raza pura, he podido verlos. Fueron ellos los que dividieron Santafé entre la Ciudad de Afuera y la Ciudad de Adentro.

. . . 144000 Naves expurgaban las extensiones de la tierra. Doce Estaciones eran el Mundo, La Corporación.
Las Ciudades habían sido reducidas y, en su interior, contenidos los últimos reductos humanos producto de la Gran Explosión.
Ahora los campos eran nuevos y las Sociedades Humanas del Concilio tenían
la Semilla Nueva para repoblar la tierra . . .

NO-KAMI, “EL QUE CONOCE EL BLANCO”
Mis padres me abandonaron en este edificio hace mil y un días. Desde entonces habito entre esa raza de hombres que se sacan los ojos; vivo bajo los cuidados de una hembra ciega. Se llama Hacha y su estirpe sobrevivió escondida entre los pliegues de la Hemeroteca. Me ha enseñado a leer y a escondidas me ha pedido que le lea esos viejos papeles que ella no conoce. Entiendo por qué sus antepasados decidieron sacarse los ojos.
Antes de venir acá conocí Orígenes. Ese lugar donde los hombres que se atreven ya son ceniza cuando aún se oye el grito. Detrás de esa barrera he visto algo; ahora puedo explicar lo que es una cárcel. Los míos se guardan la esperanza de seguir vivos. ¡Pero yo he visto una fisura en la barrera!

TROJANA, “LA DEL SAGRADO CORAZÓN”
La Corporación fue creada en 1999. Sus fundadores eran los hombres más ricos del mundo; sus descendientes lo siguen siendo. 65 años han pasado después de que aquellos hombres aprobaran el proyecto “Armagedón” y se iniciara la devastación programada de la tierra. Mi nombre: ALTEA11-125, nací en la Estación Santafé y se esperaba de mi que pariera un hijo. Nunca pude aceptar que hicieran de mi un objeto de sus voluntades y se atribuyó a un problema genético que alteró mi carácter. Me declararon estéril y supe de su capacidad de desprecio.
De todos modos les fue imposible evitar que un día tranquilo de sol, observando los campos que se extienden más allá de la Estación, comprendiera la magnitud de aquel holocausto del 2.018. Habían comprado un planeta, lo habían sacrificado, desolado, para luego, después de muchos años, cuando pasaran los efectos de aquella “fumigación”, repoblarlo con las especies de su divina raza; en sus propias palabras: la mejor inversión. Miles de hombres en todo el mundo habían estado de acuerdo.
Huí entonces a Las Tierras Baldías, más allá de las tierras de La Corporación, donde habitan los Prófugos de Las Ciudades. Ahora soy Trojana y sólo creo en las leyes que mi corazón me dicta.

PRÍSTINA, “SEÑORA DE LAS AGUAS”
Estas Aguas corren bajo tierra y humedecen los cimientos que simulan ser raíces. Y sus canales llevan a La Ciudad de Afuera, pero nadie más que yo lo sabe. Las Aguas han sido dispuestas para la sed y no para la huida. Desde tiempos inmemoriales los hombres han envenenado las Aguas con las guerras y yo estoy encargada de cuidarlas. He nacido arrullada por el murmullo de estas corrientes y sé que son el milagro de la vida. El que quiera venir tiene derecho, pero debe ser un hombre con sed o un árbol.
Pero he de decir también que las Aguas agradecidas hablan y me han revelado miles de secretos. Uno por cada ser que viene a reflejar su rostro en ellas; uno por cada sed saciada. Puedo declarar entonces, que los caminos del agua son los mismos que habitan la oscuridad del cuerpo de aquel que la ha bebido. ¿Buscáis los caminos que os lleven a la Ciudad de Afuera? ¡Bebed ahora y buscad adentro vuestro!

. . . Jerusalén y El Cairo; Berlín, Londres, Moscú y Tokio; Sydney y Chicago;
Antigua, Santiago, Lima y Santafé.
Las Nuevas Generaciones, de manos de La Corporación, recibían un mundo renovado, pero comprobaban mudos que aún persistían los caprichos de una naturaleza que resultaba incorregible.
Al fondo de Las Ciudades pululaban como insectos, seres concebidos por la imaginación de un enfermo. Decidieron salvaguardar Las Ciudades para recordarse constantemente la abyección a la que pueden llegar “los dioses”.
Vigilaron muy bien el contenido de Las Ciudades, se cuidaron de cualquier cercanía o contacto con aquellas razas , pero quizá fue demasiado . . .

NOTICIA DEL 9 DE ENERO DE 2095
Sobrevolando la Ciudad de Adentro
-¡Por la gloria de nuestra civilización! ¿qué es eso que se mueve abajo?
-Son la escoria. Desde el glorioso Día del Descenso los he visto, te irás acostumbrando.
-Pero, ¿qué hay en esos seres que tanto se parecen a los hombres de nuestra raza?
-¿Blasfemas contra La Corporación? ¡Son casi animales!
-Pero, ¿qué son?
-Son el residuo de una era. Recuerda, nos advirtieron: los encontraríamos, debíamos cuidarnos del sentimiento de la Compasión que pueden despertar en los débiles. Puedes mirarlos, pero no dejes que te confundan.
-Pero son tan parecidos a nosotros. No sé, me atrevo a pensar que mejor hubiera sido permanecer orbitando alrededor del planeta y esperar a que murieran.
-¿Estás loco? ¿Y permitirles adueñarse de un mundo que nosotros hemos planificado? No habrían muerto. Míralos, están hechos para soportar cualquier cosa.
-Soy joven, me habría gustado partir con los otros, buscar nuevas cosas, este mundo todavía está enfermo.

LOS DIAS DE LA MEMORIA
“Son imparciales los actos de los hombres. Nuestras decisiones no alteran el devenir de las cosas; el río de la vida es mucho más amplio y más profundo. Observamos a un hombre regodearse en sus propios excrementos, vemos la muerte, pero no vemos nada porque nuestros actos son triviales ante un Universo que no espera.
Yo no sé más que este lugar donde la Locura ya no es sólo su nombre sino también una necesidad y una raza. Es así en todas partes. Pero he creído siempre que antes fue distinto, que antes el mundo estaba detrás de la barrera. Mas yo no tengo memoria y mi futuro me lo invento. Que otros inventen para mi un pasado.
Hay una ciudad, como tantas otras, donde los hombres pugnan a sangre por la supervivencia, donde luchan contra el frío durmiendo entre los montones de cadáveres. Que se llame Santafé o Babilonia ya no importa. Lugares donde incluso el fuego redentor es peligroso; la memoria de Las Ciudades está hecha de incendios, de explosiones. Sin embargo no soy el único que ha querido mirar más allá y se ha llenado de nostalgia; no soy el único que ha deseado ir más allá de lo que sus ojos adivinan. Afuera existe algo, eso es seguro.
He tardado seis años de peligros, he recorrido Santafé y la conozco, ahora sé el curso de mis actos. Ha llegado el tiempo de sacar adelante los proyectos, ¿para quién?, ¿para nadie, cuando nadie es el Universo entero? Para ahora, solamente para ahora, y para aquellos que han querido mirar más allá y están decididos a lo mismo. Y como es tan mínimo el tiempo de los hombres, tan insignificante en la medida del Universo, entonces creo que un hombre puede ser dueño de su momento.
Pero la tarea no es fácil y se requiere que cada hombre manipule con destreza sus instrumentos. He visto a muchos afanarse y caer, hechos cenizas, entre los ramalazos de fuego que cuidan el paso en la barrera. Allá hay Incendios perpetuos, hay un Infierno, pero también el fuego es vulnerable”.
Con estas palabras Argó, “El Desconocido”, sellaba el nacimiento de un nuevo fervor. Esto ocurría hacia el año 2097 y una nueva esperanza hablaba de la Liberación.

LOS HOMBRES DEL MILENIO
Los escuadrones de vigilancia que sobrevolaban el cielo de la ciudad tenían un censo de algo más de quinientos mil habitantes y podían reconocerlos. Sus aparatos les permitían saber quién era quién y, llegado el momento, “cauterizarlo” o “cancelarlo”. Las cancelaciones o muertes no sorprendían a nadie y todos se preguntaban cómo era posible que los hombres de la Estación no hubiesen acabado ya con ellos. Se sabía que la Corporación decidía sobre el destino de los hombres.
Pero el censo no era del todo preciso, pues se trataba en su mayoría de los “hombres de la superficie”. Debajo existían otras razas, las menos brutales pero quizá las más fuertes. La cantidad de aquellos hombres no superaba el número de los diez mil, sin contar mujeres y niños. El casi total desconocimiento de estas huestes hacía que aquel abismo suburbano alcanzara las dimensiones de un continente. La Corporación deseaba disolverlo pero era imposible tomar decisiones sin saber realmente contra qué se luchaba.
Las primeras noticias, que anunciaban el cese de las lluvias ácidas, habían llevado a algunos de estos hombres a abandonar sus refugios en los primeros tiempos. Quienes lograron atravesar indemnes las extensiones de la ciudad y habían logrado alcanzar sus límites, regresaban con la felicidad de un mundo que empezaba a recuperarse. Después apareció la barrera entorno de la ciudad, los hombres de la Estación Santafé del otro lado, y las naves que ensombrecieron el cielo, como antes lo habían hecho los caprichos de la radiación y de las lluvias.
Aquellos diez mil empezaron a organizarse. Contaban con la ayuda de algunos jefes de clanes y pandillas entre los hombres de la superficie, pero nadie aseguraba un pasaporte seguro en las calles brutales, repletas de peligros. Se decía que el mundo era nuevo pero ese mundo estaba del otro lado de las barreras: la ciudad ahora era una cárcel.

EL VIAJE A LAS AGUAS
Se tenían noticias de corrientes de Aguas subterráneas y se pensaba que sus canales podrían llevar a la Ciudad de Afuera. Argó, “El Inquieto”, organizó un grupo de sus hombres y marchó en busca de aquellas Aguas. Atravesó la ciudad desde el occidente afrontando un doble peligro: los depredadores que acechaban entre los escombros y las naves de la Corporación que se cuidaban de cualquier movimiento extraño.
Alarcón, el jefe de los hombres de Bachué, tuvo noticias de la búsqueda de “El Incansable” y decidió unirse al viaje. Envió un mensajero para que transmitiera a Argó su propósito de seguirlo. Alarcón tenía fama de ser uno de los hombres con más poder y comandaba un ejército de algo más de mil quinientos hombres, todos mercenarios. Argó aceptó el favor de Alarcón y envió de regreso con el mensajero la noticia de su confianza. Alarcón convocó a cincuenta de sus mejores hombres y partió al encuentro de “El Señalado”.
El encuentro se dio varios días después en las zonas baldías de Eldorado y ambos ejércitos marcharon juntos hacia Germania, en los límites entre la Ciudad de Adentro y la Ciudad de Afuera. Alarcón, que conocía al rey de los hombres del Centro a quien contaba entre sus aliados, propuso detenerse a una jornada del lugar y enviar a su mensajero con un presente de paz para aquel hombre impetuoso. El regalo consistía en dos galones plásticos para almacenamiento de aguas y una de sus capas para el frío.
Vani recibió al mensajero que llegó escoltado por tres hombres de su guardia. Los regalos le parecieron propicios y quiso saber quién era aquel que los enviaba. “Mi nombre es Nemenio, dijo el mensajero, he sido enviado por Alarcón, jefe de los hombres de Bachué, y es él quien te envía estos regalos como una muestra de su respeto. Si aceptas los presentes, aceptarás también recibir a Alarcón y a sus hombres quienes acompañan a Argó ‘El Sabio’, en su viaje a las Aguas”.
Vani conocía muy bien a aquel hombre llamado Alarcón y había oído hablar de Argó y de Los Hombres del Milenio por lo que aceptó al instante. Dijo: “Nemenio ‘El que lleva los Mensajes’, ve y dile a tu jefe que será bienvenido y que venga con ‘El Inquieto’. Pero deberán esperar hasta mañana, a la hora en que se pone el sol, no antes pues las naves hacen el conteo de los hombres y es difícil que pasen inadvertidos”. Nemenio regresó a salvo y transmitió el mensaje.
A la hora señalada fueron recibidos por Vani y hospedados en los sótanos de la Biblioteca. En la noche, los jefes de cada grupo comieron carne de perro de los criaderos del anfitrión quien además hizo traer de sus bodegas un líquido muy antiguo con el que brindaron. Después de la alimentación pasaron a la discusión de los planes. Atravesar las zonas del centro era peligroso, se precisaba de alguien que conociera muy bien aquellas ruinas; además era preciso contar con hombres temerarios pues, aunque desolados, aquellos terrenos guardaban la sorpresa de seres bestiales y sanguinarios.
Al cabo de una semana, un alba que fue de un brillo especial, los tres hombres eligieron veinte de entre sus mejores hombres y partieron rumbo a su destino de aguas. La distancia era mínima pero los movimientos debían ser pausados y cuidadosos, había que ir de un lugar al otro guardando el tiempo respecto de los controles que hacían las naves en turnos sucesivos todo el día. Dos hombres marchaban adelante haciendo un reconocimiento y transmitían sus mensajes a través de un código de sonidos preestablecido. Al cabo de unas horas coronaron las montañas de ruinas y escombros sin haber enfrentado aún ningún peligro. Poco después llegaron a la vieja estación de metro de La Alianza.
Vani, que se movía muy bien entre las sombras, fue el encargado de trazar el camino hacia los subterráneos. A medida que descendían por entre los socavones cavados en los sótanos, la luz se hacía más exangüe y la oscuridad se apoderaba de todo. Bajaron más allá de cualquier construcción humana. Después llegaron a un lugar iluminado por un extraño resplandor que parecía flotar como una nube en aquella penumbra. Los vestigios de una ciudad se borraron ante las cavidades de una tierra profunda y poderosa. Un extraño murmullo se oía a lo lejos. Los veintitrés hombres andaron como sin rumbo por esa región oscura, fría y subterránea. Al cabo de un largo y ciego camino se sintieron perdidos y la música a lo lejos parecía no llegar a ser precisa. Vani persistía en su obsesión de girar siempre hacia el mismo sentido y todos creían estar dando vueltas entorno de un mismo sitio.
El eco de sus pasos, retumbando en las paredes, les llevaba a imaginar que en cualquier momento se derrumbaría una ciudad entera encima de ellos. Caminaron horas antes de decidirse a un descanso. Al cabo de un rato siguieron su camino pero esta vez no sabían exactamente qué buscaban. Algunos habían trocado el sueño de las aguas por el deseo de volver a la superficie que, aunque peligrosa, les era conocida. Cansados nuevamente hicieron un alto para dormir. Pero el frío de aquellas regiones resultó ser un poderoso enemigo. A la hora de partir se levantaron trece, decidieron no permanecer en ningún sitio y emprendieron el camino. En su mayoría hicieron las siguientes horas completamente desfallecidos, sin atreverse más que al silencio. El murmullo que persistía a lo lejos parecía enloquecerlos pero era a la vez una esperanza. Antes del desánimo total desembocaron en una gruta gigantesca donde una tenue luz convertía en espejo la superficie de un lago. Lo que antes era un murmullo estalló en la sonoridad de una pequeña cascada. Los hombres, agotados todos, se miraron entre si por primera vez en muchas horas, maravillados, y se lanzaron sobre las aguas sedientos.
Se tendieron en el piso sintiéndose salvados. Al cabo de un instante oyeron una voz de mujer que se acercaba cantando por alguno de los pasillos que desembocaban en aquella gruta. Permanecieron inmóviles, mudos, atentos; la voz se hizo más fuerte. Antes de la entrada de la mujer, un poderoso rayo de sol atravesó vertical por entre unas grietas que de la superficie permitían su paso hasta aquel lugar profundo en las entrañas de la tierra. Un fulgor como de explosiones surgió del lago cuando la mujer dijo “Buenos días”. Después de aquel deslumbramiento los hombres vieron la figura de la mujer que cantaba, se presentó como Prístina “Señora de las Aguas”.
Argó “El Decidido” se levantó y caminó hasta donde estaba la mujer y se puso delante suyo a la altura de sus ojos. Ambos seres se contemplaron en silencio un largo rato. Luego Argó se volteó y habló a sus hombres, dijo: “Vani, ahora eres testigo. Alarcón, que todos los hombres sepan que hemos llegado. Esta mujer es para nosotros ahora una vasija que esconde secretos. Oidla”. Prístina caminó en silencio hacia el centro del lago -el agua llegaba a su cintura- y señaló a Argó “El Elegido”. Argó la siguió y, bajo el rayo de luz que llegaba desde arriba, se postró de rodillas ante ella. Prístina puso una de sus manos detrás de la cabeza de “El Sereno” y lo sumergió en las Aguas que también tienen por nombre Sanfrancisco.
Hasta aquí el relato de aquella jornada. Año 2101.

LAS BARRERAS DEL SILENCIO
Se consideraban inexpugnables las barreras aunque pocos realmente habían intentado atravesarlas. Muchos, en cambio, eran aquellos que ni siquiera las conocían: les bastaba con haber oído hablar de ellas. Se decía que su poder era un millón de veces más devastador que la furia de las naves. En realidad se decían muchas cosas pero nadie en Las Ciudades estaba listo para replicar los designios que La Corporación dictaba.
En las largas extensiones que conectaban las distintas regiones del metro, con sus galerías, sus pequeñas ciudadelas, sus hombres trabajando organizados, Argó había hecho fermentar una gran esperanza. Se esperaba que en cualquier momento las decisiones de los hombres coincidieran con las voluntades de los dioses. La naturaleza misma de “El Inquebrantable” había otorgado un alimento de Aguas para aquellos diez mil y sus familias. Este maravilloso privilegio cobijó igualmente a las tribus de los hombres que habían participado con Argó en aquella primera expedición milenarista. Siete en total de entre las muchas que había en Santafé en aquellos tiempos.
Los temores de La Corporación respecto de aquellas multitudes que pululaban bajo tierra, se manifestaron en muestras de poder por lo que la ciudad cundió en incendios. Muchos grupos fueron cancelados y el miedo se apoderó de todos los hombres. Alarcón logró concilios entre las tribus y se otorgó permisos a los refugiados. Entre aquellos que habían sufrido el fuego de las naves había uno que sabía descifrar las escrituras antiguas y Alarcón lo trajo consigo para su servicio. Se llamaba No-Kami, era un joven de pequeña estatura, de brazos y manos descomunales. Alarcón se entrevistó con él y el joven le reveló que había visto una fisura en las barreras.
No-Kami fue presentado ante el Concejo Milenarista una semana más tarde. Su testimonio aseguraba que las barreras no eran inexpugnables por lo que se decidió organizar una expedición en aquel punto conocido como El Silencio. En la segunda mitad del siglo XX un artista llamado Ramiresvillamizar había erigido, en la punta de una pequeña colina, una serie de columnas de piedra, eran una alegoría de la ciudad o un mapa. Orígenes, la barrera de fuego dispuesta por la voluntad de La Corporación, atravesaba por entre aquellas figuras que semejaban edificios. Una parte se encontraba en La Ciudad de Adentro; la otra se extendía hacia aquellos campos considerados el mundo libre.
La expedición hacia los cerros orientales de la ciudad partió de los refugios de Suba; fueron convocados a ella siete hombres. Las rutas trazadas comprendían largos trayectos subterráneos, por lo que aquellos trayectos obligados en la superficie se realizaron evitando el juicio de las naves. Argó marchó acompañado de Nemenio, Alarcón, cuyo poder entre los hombres de arriba le era indispensable, Vani y No-Kami, de quien se esperaba indicara el lugar y el paso por entre las barreras. También llevaron con ellos a dos hembras poderosas que pertenecían a una raza depredadora, su agilidad y destreza las hacía excelentes guerreras; hablaban una lengua de gruñidos.
Hicieron el viaje sin contratiempos y llegaron ante las columnas de piedra al cabo de un día y medio de camino. Las columnas ocupaban un espacio de 20 metros cuadrados y el orden que regía sobre ellas generaba un caos en el libre fluir de la barrera. Debieron esperar algunas horas hasta después del último rodeo de las naves. No-Kami descubrió caprichosos caracteres en la superficie de las piedras pero no pudo descifrarlos. Recordó aquella tarde de su infancia en que oyó el aleteo de una mariposa que revoloteaba por entre las columnas de ese monumento, indemne. Cerró los ojos y miró de la forma en que le habían enseñado a mirar los hombres de la Hemeroteca: intuyendo las formas del sonido.
Los otros que esperaban, vieron el ciego recorrido que el joven hacía por entre los vericuetos de la construcción de piedra. No-Kami emitía extraños sonidos que competían con aquel estruendo de la barrera. El eco de sus voces le guiaba por entre aquella caprichosa arquitectura, donde la barrera se desordenaba permitiendo el paso como por los corredores de un preciso laberinto. Una cuerda atada a su cintura iba trazando el anhelado derrotero. No-Kami atravesó indemne y seis hombres de este lado contemplaron la figura del primer hombre libre.
Siguiendo el curso dibujado por el joven fueron pasando uno a uno los otros miembros del grupo. Quedaban aún algunas horas antes del primer vuelo de las naves tras el desvanecimiento de la espesa niebla. Por primera vez en mucho tiempo un grupo de ciudadanos pudo ver la luz jugando entre las ramas de los árboles. Durante el amanecer respiraron el aire benéfico del bosque e hicieron planes. Argó deseaba llegar hasta la Estación Santafé, quería establecer las posibilidades de su lucha. Decidió aventurarse por entre los bosques y llevó consigo tan sólo a sus dos guerreras y a No-Kami y a Nemenio, quien debería tornar pronto trayendo consigo los mensajes. Alarcón fue nombrado “El Hombre de las Puertas” y regresó a la Ciudad de Adentro en compañía de Vani, quien traía consigo la obligación de organizar a todos los hombres.

LA SELVA DE SIGNOS
Nemenio estaba seguro de recordar aquellos lugares desde los tiempos de Las Lluvias. Se había encargado de trazar las rutas por entre los árboles, ayudado del agudo olfato de Seta y de Sofía. Caminaron durante días protegidos por una vegetación exuberante. En sus silencios, Argó descifraba del torrente de su sangre los caminos de aquella nueva aventura. Recordaba la oscuridad de las grutas que le habían deparado su encuentro con las Aguas.
Bautizaron aquellas extensiones con el nombre de “La selva de los signos”, por estar revestidas con letreros que recordaban de algún modo desolados paisajes de la ciudad de la que venían. No-Kami esta vez pudo descifrarlos. Eran ordenanzas de la Administración sobre el uso de “los parques”. Rótulos pendiendo de los troncos anunciaban sietecueros y frailejones, helechos de diversas especies, alisios y robles. Marcharon hacia el suroriente y pudieron advertir la cercanía de la Estación debido al incremento de las naves que cruzaban encima de sus cabezas. Un día una nave como una nube, se puso en el cielo y llovió encima del bosque un líquido minúsculo, que se vaporizó en un instante como el agua del rocío sobre las hojas. Argó y sus hombres sintieron un ardor en la piel y se les nublaron los ojos y se les durmió la lengua. Seta y Sofía, más fuertes, soportaron el peso de esa lluvia como ya habían soportado otras. Decidieron cambiar su ruta hacia las partes más altas de la cordillera para evitar aquellas fumigaciones. Esa noche el frío del páramo los probó y les convenció de la rigidez de una Naturaleza igualmente inflexible. Allí encontraron al cíclope, se llamaba Maion y ya era viejo.
Mantuvieron su curso en las altas montañas -hasta donde no alcanzaba el ascenso de las naves- guiados esta vez por Maion que conocía a la perfección aquellos parajes y acompañados por la niebla constante y el viento frío. Poco a poco se fueron acostumbrando al aire limpio y pesado que parecía quemar los pulmones, al olor dulzón del bosque húmedo. Una mañana en una de las cimas encontraron un lago cristalino. Pocos días después, desde otra cima, divisaron una llanura inmensa donde descansaban las extensiones metálicas de la Nueva Ciudad: La Estación Santafé.
Argó se cuidó de no descender hasta aquel llano y mantuvo su posición privilegiada en la distancia. Evitó la cercanía con aquel monstruo que yacía en la llanura, deseaba simplemente contemplarlo para conocer las proporciones de aquellas multitudes malsanas que abrigaba. Argó envió de regreso al mensajero con noticias para sus hombres en la Ciudad de Adentro y decidió permanecer un tiempo más avistando la Estación Santafé. Maion resultó ser un gran elemento ya que su ojo le permitía mirar lejos.
Una noche Argó tuvo un sueño propiciado por el entorno de aire, el olor de la tierra y el sonido del follaje sumado a las voces de los pájaros. Decidió seguir al norte guiado por el contorno de la montañosa geografía y de su instinto. Maion, que no podía ya aventurarse como en sus años de juventud, permaneció en aquel sitio con la misión de observar cuidadosamente al enemigo. Y allí se despidieron.

LAS GUERRAS DE TROJANA
Las Tierras Baldías se extendían más allá del desierto rojo de La Candelaria, a lo largo de vastos territorios que quedaban libres de la Administración que La Corporación ejercía sobre los campos. En lo alto de montañas que se elevaban por encima del límite con las nubes, hombres de diversas razas vivían como hombres libres, lejos del horror de Las Ciudades. Vivían en comunidad y sobrevivían gracias a los beneficios de una tierra dadivosa y fértil. La belleza de aquellos parajes producía una suerte de olvido por lo que les bastaba su sola libertad. Argó “El Caminante” alcanzó aquellas alturas al cabo de un mes de camino.
En la región llamada Iguaque sucedió el encuentro con Trojana, quien los recibió calurosamente y escuchó atenta lo que Argó le contaba. Trojana era hermosa y era perfecta, ningún rasgo en ella delataba el horror que cobijaba a los hombres y mujeres de las razas que la rodeaban. Quienes habían contemplado a los hombres que bajaban de las naves en días soleados, quienes conocían a los hombres de la Estación, podían reconocer en Trojana a uno de ellos. Esa mujer poderosa amó la mirada de aquel hombre impetuoso, fuerte, y amó sus palabras. Quiso saber más acerca de Los Hombres del Milenio, de los planes libertarios que su fe proclamaba. Su sincero interés despertó en Argó el deseo de una unión verdadera y decidió exponer con precisión sus planes.
Al cabo de una noche Trojana estaba enterada de lo que se había ido construyendo en la cabeza de aquel hombre, durante las jornadas que lo habían traído desde la Ciudad de Adentro. En la mañana pactó con Argó, le concedió el tesoro de su memoria y contó quién era y de dónde venía. Argó adivinó en aquella templada guerrera a un ser capaz de una sinceridad comparable solamente con su compasión por un mundo saboteado y enajenado. Había dicho que su sueño más tenaz era el de devolver a la Naturaleza el curso que le es solamente suyo. Al rebelarse contra La Corporación había jurado minar su poder, arrebatar, siquiera en mínimas dosis, la confiada seguridad de un Sistema que fabricaba hombres, haciéndolos todos iguales.
Trojana había recibido una instrucción minuciosa. Desde el vientre de su madre se había concebido el rumbo de su destino y fue educada para eso. Pero se había rebelado. Su memoria abarcaba regiones del tiempo distantes del propio curso de sus días y sabía que La Corporación era la causante de ese mundo, todavía sumido en las tinieblas. Algo dijo de un hombre llamado El Bosco y de una Edad Media y hablaba con algo de terror y espanto. Pero también recordaba haber aprendido que el Miedo es la peor defensa. Sabía que La Corporación en todo el mundo tenía miedo. Habían visto a los hombres de Las Ciudades después del Día del Descenso y nadie había escapado al estupor y la sorpresa. Entonces habían improvisado, esa falla en sus premisas y cálculos les había obligado a defenderse temiendo, sin embargo, que el primer error los llevara al siguiente. No se habían equivocado. Las rebeliones empezaron a darse y fueron viniendo de Las Ciudades sometidas. También hubo deserciones, La Corporación no supo qué hacer y siguieron los errores. Ahora sabían que su Sistema no era perfecto.
Cinco días permanecieron en ese trance los dos guerreros, comunicándose de tal manera que la enfermedad del olvido no se cerniera sobre ellos. Argó había enviado un mensajero a la Ciudad de Adentro con el fin de ordenar la huida de un ejército de quinientos hombres guiados por Vani y Alarcón. Esperaba encontrarlos en algún punto de la “Selva de Signos”. Maion también se uniría a ellos y debía tener una importante información. Trojana decidió ir con él pero antes lo disuadió de cualquier acción inútil contra aquella fuerza casi omnipotente. Advirtió que la debilidad de La Estación era su propia fuerza y que ella había concebido desde antes otros planes. Argó otorgó a aquella mujer la condición de corazón capaz de impulsar la sangre a los caminos de su proyecto. Para eso había viajado hasta ese lugar, ahora lo sabía. Una semana más tarde partieron al encuentro con su gente. Trojana iba decidida, su objetivo era atacar la Estación y ella sabía cómo.

LA ESTACION SANTAFE
“. . . y su brillo metálico refulge con el sol durante el día y con la luz de las estrellas, de la luna y los satélites durante la noche. Y el poder de su resplandor ilumina toda la tierra. Las extensiones de su muro parecen hechas del cristal del agua, como de las más preciosas piedras. Doce columnas se alzan por encima de todo el conjunto; ocho en cada esquina; las últimas cuatro, las más altas y poderosas, al centro de la construcción rodeando una gigantesca cúpula del color de la tierra roja.
“La Ciudad se halla establecida en octágono, la longitud de cada lado es igual a su altura, doscientos setenta kilómetros. El material de su cúpula es de jaspe y cada día recibe un rayo de luz diferente que transmiten los satélites. El primero es amarillo; el segundo es azul; el tercero es rojo; el cuarto es blanco; el quinto es verde; el sexto es oro-rubí; el último es violeta. Las ocho columnas exteriores cuidan cada una dos medios sectores por donde entran las naves. Y la Estación toda es poderosa en armas de defensa. Su fuerza es inimaginable y se alimenta constantemente de los rayos que provienen del cielo. La base de la Estación se alza algunos kilómetros sobre el suelo, sostenida por las doce columnas. Por debajo de ella corren caudalosos ríos que descienden de la inconmensurable cordillera. Fatigan las naves el cielo por millares y siguen un orden cuyo fin es administrar los campos que se extienden fuera de la Nueva Ciudad. Adentro habitan las razas de La Corporación que es el dios supremo.
“Yo Maion soy el que ha visto estas cosas”.

MUCHOS Y PARECIAN MOSCAS
Seis meses pulularon en el bosque cientos de hombres aguerridos y fuertes, evadidos de la Ciudad de Adentro, y trabajaron en escuadrones dirigidos por hombres hábiles bajo la dirección de una guerrera. Escrutaron incansablemente los meandros de aquellas montañas y bautizaron con nombres los lugares que encontraron en su camino. Andando casi sin detenerse, como las manadas de animales que erraban por esos paisajes, para no ser detectados por los sistemas de defensa de La Corporación, allá en el cielo. Se hicieron ágiles e imperceptibles como insectos.
Trojana impartió a los hombres su propio adiestramiento, el resto corrió por cuenta de la naturaleza misma de la jauría. No les fue difícil hurtar las naves de los muchos seducidos hombres de la Estación que descendieron en busca de ese aire maravilloso de las montañas. La Corporación los tomaba como “deserciones”, por lo que realmente era poco lo que sospechaban. Las naves guerreras que partieron en persecución de aquellos falsos desertores corrieron la misma suerte y bajo las mismas circunstancias. Descendían flotando suavemente sobre las superficies de un lago, siempre salían (tres o cuatro) a contemplar ese mundo donde el sol brillaba sobre el agua y entre los árboles se podía percibir el embrujo del viento. Entonces veían la aparición de una hembra hermosa, cantando desnuda. Se dejaban atraer por su canto hasta aquella orilla, la nave abandonada. Veinte hombres saltaban sobre ellos y los despedazaban. Trojana, desnuda, entraba en la nave, cortaba las comunicaciones; otro grupo de hombres entraba en el lugar y desmontaban las armas bajo sus órdenes. La guerrera llevaba la nave al centro del lago y la hundía. Nadando fuertemente para no ser atraída por el remolino del hundimiento regresaba a la orilla donde la esperaban sus ropas y el calor de una fogata.
La tarea que se habían impuesto terminó pronto. Cuando los hombres de la Estación Santafé consideraron la posibilidad de una rebelión, reaccionaron. Como había previsto Trojana, esperaban el asalto por los aires. Parecían cuidarse de un probable ataque con las naves secuestradas, al no poder localizarlas por medio de sus satélites pensaban que una tecnología, nacida en Las Ciudades, anulaba sus sistemas. El poder de La corporación era su confianza y, a la vez, su perdición. Permanecían atentos y no pocas veces abatieron la Ciudad de Adentro. Pero no imaginaban que el ataque vendría por las aguas.
Las armas desmontadas fueron transportadas a hombro por entre la vegetación protectora. Viajaron hacia el sur de la cordillera, desde donde la Estación se avistaba más cerca. Ubicaron los nacimientos de cuatro grandes ríos y desde allí enviaron hombres a expedicionar aguas abajo. Estos hombres fueron Nemenio, No-Kami, Vani y Alarcón. Sus órdenes eran circular por el cauce del río transportándose en cuatro grandes balsas. Regresarían sin ellas, remontando el curso antes de una semana. El descenso los llevó por regiones inimaginables, cada uno por su lado, entre una vegetación cambiante y hermosa. Se alimentaron de todo lo que pendía de los árboles a las orillas, de lo que cruzaba el aire y de lo que se movía debajo del agua. Los cuatro hombres vivieron por parejo los tropiezos del agua en los rápidos, su fuerza incontenible. Sorteados estos escollos al cabo de dos jornadas descendieron a una gran llanura donde el caudal del río se hacía más ancho y más tranquilo. Las altas temperaturas que allí se sucedían se abatieron sobre ellos. La enorme masa de la Estación se imponía poco a poco, como una bestia monumental y aterradora. Al final del tercer día regresaron. Subir la montaña fue tarea difícil pero los cuatro hombres dieron muestras de su fuerza. Al cabo de una semana todos habían regresado.
Alarcón había llegado más lejos que los otros, ayudado por el río. El curso de aguas cristalinas pasaba por debajo de la Estación, donde el calor se hacía casi insoportable. Un eco de millones de voces tomaba el lugar del viento. Allí la tierra estaba seca y resquebrajada y el peso de aquella abominable construcción la hacía temblar constantemente. El agua se evaporaba y se llovía en un mismo sitio y se andaba por entre un pesado vapor que se pegaba al cuerpo y quemaba.
Repartieron las armas obtenidas, cuarenta hombres fueron escogidos para llevarlas aguas abajo. Otros cuarenta descenderían detrás de ellos igualmente en avanzadas intermitentes. El resto permanecería escondido en las montañas. Bajaron las armas por tierra hasta el punto donde las aguas se serenaban, después de las cascadas y los rápidos. Desde allí continuaron en balsas que descendían hasta la llanura: una cada día. Las vistieron de follajes y ramas y fueron islas flotando en las aguas de los cuatro ríos. Los sistemas de La Corporación no percibieron estos movimientos, las aguas solían arrastrar porciones de tierra, piedras enormes y troncos de árboles vencidos por su propio peso. Las corrientes llevaron a aquellos minúsculos ejércitos a través de la llanura hasta las extensiones que pasaban por debajo de la Estación, y entraron en un paisaje que podía ser perfectamente un infierno. Los vapores que se alzaban de las aguas apestaban como el mundo en otros tiempo, pero eran una densa cortina que favorecía el deseo de no ser percibidos. Fue necesario hacer un trayecto a pie para alcanzar el centro de la construcción como eran los planes de Trojana. Desde allí se precisaban con aterradora nitidez, las cuatro columnas que rodeaban un cono invertido que era una turbina, y cuyo vórtice sería, a su vez, la base de la cúpula. Argó marchó con Alarcón por la ruta que éste había seguido, con la idea de llegar primero ayudado por la fuerza del río. Pocos días de diferencia se dieron entre la llegada de uno y otro de los cuatro grupos. Allí dispusieron todas las armas en un orden que estableció Trojana, estaba segura del poder y la efectividad de éstas. Dispararon.
Los hombres que se habían quedado en las montañas, entre ellos Maion, pudieron ver una explosión que conmovió los aires. La poderosa luz que provenía del cielo se agitó al principio un poco, después tembló y se hizo intermitente, luego desapareció del todo. La gran cúpula de jaspe se deshizo en un vendaval de fuego que encendió por algunos minutos el cielo nocturno. Después de la conmoción vino el silencio, el último resplandor de la Estación Santafé se debilitó en la oscuridad de un cielo sin luna.

. . . huérfana de la energía de los rayos la Estación Santafé se fue enfriando.
Con el paso del tiempo se herrumbró todo su esplendor.
Conjurados por La Corporación sus habitantes fueron agotando poco a poco
los recursos del enorme mausoleo
hasta que ya no hubo más que hambre, muerte y desolación.
Entonces empezaron a abandonar la Estación; igual sucedía en otros lugares del mundo. Devastado su poder las barreras entorno de Las Ciudades también desaparecieron . . .

EL FINAL DE LA SAGA
De desconocidos y lejanos lugares empezaron a llegar noticias y el primer comercio establecido entre los hombres fue el de la guerra. Pero estas guerras no demoraron mucho y las nuevas sociedades se vieron en la necesidad de organizarse. Los hombres de las Estaciones y las razas humanas que habían permanecido convictas en Las Ciudades tuvieron el tiempo de encontrarse. Los pequeños reductos de La Corporación negociaron territorios y allí permanecieron ejerciendo su poder aisladamente.
No-Kami y Trojana fueron guerreros y viajaron juntos hasta las Tierras Calientes en busca de un mar donde fundaron hijos. Maion era viejo, murió la misma noche que explotó la cúpula. Alarcón regresó a la Ciudad de Adentro con el fin de sacar a los hombres de aquel cementerio, murió allí despedazado por las garras de una de las muchas razas depredadoras que permanecieron entre las ruinas. También murió con él Nemenio pero alcanzó a decir antes de su muerte: “Ha llegado el momento veloz, que mi alma vuele”, después se vio una nube de pájaros cruzando el cielo. Vani se estableció en las cercanías de un lago y sus descendientes fueron hombres y mujeres de paz, que habitaron los bosques y trabajaron los campos. Argó permaneció allí algún tiempo, un día comunicó a Vani que había decidido su partida.
Argó había cumplido su tarea, su momento entre los hombres había terminado. Nada de lo que hiciera desde ahora convenía a nadie más que a sí mismo. Caminando a la sombra de los árboles había percibido el influjo que tienen los deseos del individuo sobre las necesidades de los hombres y él ya no tenía deseos. Sabía que el peor enemigo del hombre es el hombre mismo porque el hombre sueña con ser todos los hombres y de ellos alimenta su deseo. Argó ahora era dueño de una libertad que le parecía, de cualquier modo, arrebatable y ya no quería luchar por algo que nunca sería verdaderamente suyo. Poco o nada recordaba de su pasado pero el presente no le era más preciso. Lo suyo propio ya pertenecía al universo. Quizás había soñado sus días, sus guerras, todos esos caminos subterráneos en una ciudad bombardeada y destruida. Nada tenían que ver con esas flores violetas que se agitaban enfrente suyo, “araucarias”. Tal vez ahora mismo estuviera metido en una de esas cámaras criónicas que traducen los impulsos de las células cerebrales en imágenes sensoriales, producto éste para la cinematografía. Quizás le había tocado en suerte ser un dios con constantes pesadillas o un enfermo al fondo de un hospital siquiátrico. Pero de todas maneras sabía que la locura está en el alma de los hombres, no en su cabeza.
Se despidió de los pocos hombres que permanecían al lado suyo, una noche de luna llena. Vani lo acompañó hasta la orilla del lago. Se abrazaron en silencio, con el orgullo de quienes se saben conocedores de un misterio. Argó caminó hacía el lago y se fue hundiendo poco a poco y nunca más volvió a salir. Algunos días más tarde encontraron sus ropas flotando en el centro del lago. Dicen que en las noches de luna llena se oye, sobre la superficie del agua, la voz de una mujer que canta esta historia.
Muchos fueron los movimientos de los hombres en aquellos tiempos y muy largas sus migraciones, pero todas son narradas en otra historia.

Y aquí termina -o empieza, según el que la narra- esta saga.